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13 diciembre 2017
¿Llegó el fin de las uniones monetarias?
Los proyectos de unión monetaria, otrora florecientes en varias regiones del mundo, incluyendo Sudamérica, han perdido fuerza, en un contexto de desconfianza en el euro y en su modelo económico.
Varios países, una única moneda. Este era el futuro al que parecían dirigirse zonas del planeta cuando se creó la moneda única europea, que entró en circulación el 1 de enero de 2002 después de una década de gestación.
“Ese entonces había una voluntad de terminar con la inestabilidad en el cambio de divisas, que originó varias crisis. Las monedas únicas eran vistas como una garantía de éxito”, señala el economista Fabien Tripier.
Otras monedas supranacionales existían ya en esa época, como el dólar del Caribe Oriental, la moneda de curso legal en ocho países y territorios en el Caribe desde 1965, y el franco CFA, la moneda común de 15 países africanos creada en 1945.
Pero el europeo era visto como un proyecto inédito, sobre todo por su ambición. “El fin era crear una moneda de referencia, con una política monetaria independiente y no una vinculada a otras divisas”, explica Tripier.
Para muchas “micronaciones”, países emergentes o Estados en busca de liderazgo, este modelo era visto como un ejemplo a seguir.
“Estábamos en un contexto de recomposición tras la caída del muro (de Berlín). La moneda era considerada como un instrumento geopolítico”, recuerda el profesor Xavier Ragot.
Entre los bloques regionales que han manifestado un interés en este modelo está la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático y el Consejo de Cooperación del Golfo.
En América Latina, los proyectos de una moneda única como “un factor decisivo en el proceso de unificación” regional están dentro del Mercosur, del Unasur y del Alba, explica el abogado Juan Francisco Ortega. Sin embargo, 15 años después de la implementación del euro, solo la propuesta del Alba, el sucre, ha visto la luz. Y el interés por la creación de una moneda común parece perder empuje.
La razón de esto, según los expertos, es la falta de una verdadera voluntad política, a lo que se añaden las dificultades inherentes a la creación de una divisa, sobre todo en regiones con economías dispares. “Las uniones monetarias son difíciles de construir, pero también de mantenerse”, anota el investigador Jeffry Frieden.
Además, las dificultades económicas que ha atravesado la Eurozona desde la crisis de 2007 no son alentadoras para los más indecisos”, señala Frieden, que atribuye una parte de estos problemas a la “pérdida de soberanía monetaria”. Pero aparte de estas dificultades, la idea misma de una unión monetaria ha perdido su brillo, en un contexto de rechazo al libre comercio y a la globalización.
¿Las monedas supranacionales, por lo tanto, son una cosa del pasado? En el corto plazo, es poco probable que surja una nueva moneda común. Este proceso “implica renunciar a su soberanía monetaria, lo que los países involucrados no están dispuestos a hacer”, juzga Ortega.
A más largo plazo, sin embargo, la evolución es más incierta. El modelo de uniones monetarias “seguirá siendo atractivo”, pero de una manera más limitada, es decir en “países pequeños cuya economía es a la vez abierta e integrada con la de sus vecinos”, prevé Frieden.
“La zona euro debe demostrar primero que es capaz de sanar sus males, sin quedarse con demasiadas cicatrices”, opina Ragot. Luego, “el debate sobre las monedas únicas podría revivir”.
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