El discurso presidencial en el aniversario del 6 de agosto mostró tres indicadores que sobresalieron del resto de las cifras económicas.
El primero, al iniciar el informe, "frente a los precios de las materias primas a nivel internacional entre 2014 a 2015 tuvimos una disminución de 4.173 millones de dólares… en las exportaciones” y, en el primer semestre de 2016, "las exportaciones disminuyeron en 1.289 millones de dólares, lo que implicó un saldo comercial negativo”. El segundo, a la mitad del mensaje: "Hemos caído en crecimiento económico a 4,3%... a mayo de 2016” y, el tercero, al finalizar la parte macroeconómica, el Presidente señaló que en 2015 "hemos subido, lamentablemente, a un 4,4% de desempleo”.
El discurso de agosto fue distinto, al resaltar los indicadores adversos, del optimismo de enero de 2016. Lo que más preocupó a los medios, al Gobierno y a los analistas fue el dato del Índice Global de Actividad Económica de 4,3% de enero a mayo de 2016, por sus posibles implicaciones en el doble aguinaldo, aunque se aclaró que "para el pago del doble aguinaldo se considera la tasa de crecimiento observada del PIB en un periodo de 12 meses anteriores a septiembre de cada gestión”.
Lo que parece evidente es que los efectos del shock externo se sintieron ya desde 2015, expresados por los déficit del sector externo y del sector fiscal, por debajo del 7% del PIB, y por la disminución de las regalías departamentales y transferencias a gobernaciones, municipios y universidades. Con el mensaje presidencial nos enteramos del aumento de la tasa de desempleo en 0,9 puntos porcentuales, al incrementarse de 3,5% en 2014 a 4,4% en 2015, mayor al promedio en América Latina, que subió de 6,0% a 6,5% en 2015, es decir, en 0,5 puntos porcentuales, según la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL).
El aumento de la tasa de desempleo se dio en el sector privado puesto que el índice de empleo del sector público aumentó en 1,8%.
En teoría, las fluctuaciones del desempleo con el producto están estrechamente relacionadas. La ley de Orkun postula la relación entre el desempleo y la brecha del producto. Es decir, si el producto observado supera al producto potencial, la tasa de desempleo tiende a disminuir y viceversa. El Banco Interamericano de Desarrollo (BID) (2016) encuentra para América Latina un coeficiente de Orkun (-0,16), la mitad del coeficiente para los países desarrollados (-0,34).
En Bolivia, como se observa en el gráfico, con base a una serie desde 2005 hasta 2015 por la consistencia de los datos de empleo, encuentro un coeficiente de -0,33, que significa que cuando la producción crece en 1% más de lo "normal”, la tasa de desempleo disminuirá un 0,3%, o si disminuye en 1% respecto a su producto potencial, la tasa de desempleo aumentará en 0,3%.
A los economistas y las autoridades les debería interesar saber no sólo si el PIB sube o baja, sino si el producto se sitúa por encima o por debajo del producto potencial (la cantidad máxima de bienes y servicios que una economía puede generar operando a plena capacidad).
Como la discusión es cuál es el producto potencial, utilicé un rango entre 4% y 5% de crecimiento del PIB. Así, la tasa a mayo de 2016 de 4,3% no debería alarmar si está en torno del producto potencial.
No significa "caída”, sino una desaceleración del crecimiento. El informe del Fondo Monetario Internacional (FMI) sobre Bolivia en 2015 estimaba una tasa del producto potencial de 3,5% del PIB, mientras que el Gobierno de 5% del PIB.
La tasa del 5% es casualmente la tasa promedio de crecimiento del PIB entre 2006 y 2014 antes de los efectos de la caída de los precios del petróleo que fueron rezagados por la indexación de los precios del gas. El FMI en Perspectivas de la Economía Mundial, en octubre de 2015, señalaba que: "En los países que exportan petróleo y otras materias primas, las variaciones de los precios afectan tanto a la brecha del producto como al producto potencial”. Estimaba que la débil perspectiva de sus precios restaría entre 1% y 2,25% la tasa de crecimiento promedio.
Así, el escenario internacional es distinto al prevaleciente hasta 2014, no sólo por la debilidad de los precios de las materias primas, sino por la lentitud inesperada del crecimiento del producto y el comercio mundial, junto a una alta volatilidad asociada a la fragilidad de las condiciones financieras globales que lastran las perspectivas de los países en desarrollo como el nuestro.
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