Desde que estalló la crisis financiera y la Reserva Federal empezó a imprimir dinero en un intento de contener los daños, ha habido advertencias alarmantes sobre la inflación (y no solo por parte de tipos como Ron Paul y Glenn Beck).
Así, en 2009, el influyente economista monetario conservador Allan Meltzer advertía de que pronto nos convertiríamos en un ‘país de inflación’. En 2010, la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), con sede en París, instaba a la Reserva Federal a que subiese los tipos de interés para evitar el riesgo de inflación (aun cuando sus propios modelos no mostraban ni rastro de dicho riesgo). En 2011, el congresista Paul Ryan, presidente del comité presupuestario de la Cámara de Representantes, reprendió a Ben Bernanke, titular de la Reserva Federal, advirtiendo sobre la inflación que se avecinaba y recitando solemnemente que ‘degradar’ el dólar era algo terrible.
Y ahora, como era de esperar, la Fed está verdaderamente preocupada por la inflación. Resulta que está reduciéndose demasiado. Sin embargo, antes de entrar en el problema de la baja inflación, permítanme hablar de lo que deberíamos haber aprendido a estas alturas.
No es difícil ver de dónde venían los temores sobre la inflación. En su intento de apuntalar la economía, la Reserva Federal ha comprado más de dos billones de dólares de activos (deuda privada, deuda de las agencias inmobiliarias, bonos del Tesoro...). Ha pagado por estas compras ingresando fondos en las reservas de los bancos privados, lo que no es exactamente imprimir moneda, pero se acerca bastante. ¡Aquí viene la hiperinflación!
O, en realidad, no. Desde el principio era evidente que la crisis financiera nos había sumido en una trampa de liquidez, una situación en la que muchas personas piensan que no hay nada mejor que hacer con el dinero acumulado que tenerlo guardado. EEUU se pasó la mayor parte de los años 30 en una trampa de liquidez; Japón está en una desde mediados de los 90. Y ahora nosotros estamos en otra. Estamos fracasando de manera lamentable en nuestra respuesta al desafío que se nos plantea.
Los economistas que han estudiado esas trampas -un grupo del que formaba parte Ben Bernanke y, bueno, yo también- sabían que algunas de las normas habituales de la economía quedan en suspenso mientras dure la trampa. Los déficits públicos, por ejemplo, no hacen subir los tipos de interés; el hecho de imprimir moneda no es inflacionario; recortar drásticamente el gasto público tiene efectos devastadores sobre los ingresos y el empleo.
Las formas de medir
Los sospechosos habituales rechazaron todo este análisis; eran ‘paparruchas sobre la liquidez’, como declaraba Alan Reynolds, del Instituto Cato. Pero eso fue hace cuatro años y parece que, después de todo, quienes hablaban de la trampa de liquidez estaban en lo cierto.
Y vale la pena mencionar otro asunto que da la razón a los que no se preocupaban por la inflación: la forma de medir las tendencias de la inflación. La Reserva Federal se basa en una medida que excluye los precios de los alimentos y la energía, los cuales fluctúan enormemente de un mes para otro. Muchos analistas ridiculizaron esta insistencia en la inflación subyacente, en especial en 2011, cuando la subida de los precios de los alimentos hizo que la inflación principal se pusiese por encima del 4%.
Así que todos esos temores sobre la inflación eran infundados, y quienes los avivaron demostraron que su doctrina económica es errónea.
Y en este momento la inflación -apenas por encima del 1%, según la medida preferida por la Reserva Federal- es peligrosamente baja. ¿Por qué es un problema la baja inflación? Una posible respuesta es que frena los préstamos y el gasto y fomenta que el dinero ahorrado no se invierta en nada. Dado que nuestro mayor problema económico es una falta de demanda generalizada, la bajada de la inflación agrava dicho problema.
La inflación baja también hace que sea más difícil reducir la deuda, lo que empeora los problemas de deuda del sector privado, que son uno de los principales motivos por los que la demanda es tan escasa.
¿Y por qué baja la inflación? La respuesta es la persistente debilidad de la economía, que impide a los trabajadores negociar sueldos más altos y obliga a muchas empresas a rebajar los precios. Y si se paran a pensarlo un minuto, se darán cuenta de que esto es un círculo vicioso en el que una economía débil conduce a una inflación demasiado baja, la cual perpetúa la debilidad económica.
Y esto nos lleva a un asunto más general: la absoluta locura de no tomar medidas que impulsen la economía ya.
Cada vez que alguien habla de la necesidad de más estímulos económicos, monetarios y fiscales, a fin de reducir el paro, la respuesta que siempre da la gente que se cree muy lista es que debemos centrarnos en el largo plazo, no en las soluciones a corto plazo. Pero lo cierto es que al no afrontar nuestros problemas a corto plazo, los estamos convirtiendo en un mal económico crónico a largo plazo.
Hace poco escribí sobre permitir que se mantenga el paro a largo plazo, estamos creando una clase de estadounidenses permanentemente desempleados. El problema de la inflación demasiado baja es muy distinto en sus detalles, pero similar en cuanto a sus consecuencias: también en este caso, al permitir que los problemas económicos a corto plazo se enconen, estamos sentando las bases de una pauta de fracaso económico a largo plazo, y quizá permanente. La cuestión es que estamos fracasando de manera lamentable en responder al desafío económico que se nos plantea, y pagaremos ese fracaso durante muchos años de aquí en adelante
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